miércoles, 3 de marzo de 2010

Sociedad y secularizacion en España


Interesante reflexión de lo que sucede en España en la actualidad. Posiciones como las que tiene el CONEP y UNICEP sobre un Estado Laico, nos llevaria rapidamente a caminar sobre la misma via.
Debemos tener vision y claridad de conceptos. ¿Quienes son los verdaderos enemigos de la iglesia evangelica en la actualidad?.
Tomemos posiciones.
Bendiciones
Jorge Márquez



Francisco TORRES



Los datos estadísticos sobre la posición de los españoles con respecto a la religión católica y a la Iglesia, sobre sus tendencias mayoritarias en materia moral, sobre aquellos elementos de la Fe que ya no asumen muchos de los que se declaran católicos y en los que no creen el resto de la población, sobre la evolución y desestructuración de la familia, reflejan, al menos, tres consecuencias incuestionables: la primera, el avance de la secularización ha sido incontenible en la última década; la segunda, el catolicismo ha quedado reducido, en amplísimas capas de la población, a un mero elemento cultural; la tercera, la evidente imposición del relativismo ha quebrado, en muchas conciencias y sobre todo en el comportamiento social, tanto la Fe como la búsqueda del camino en la Norma.

Según las diversas encuestas publicadas, cuyos datos se refieren como máximo a las magnitudes del 2005, el número de españoles que se declaran católicos se sitúa sobre el 77%. Ahora bien, la lectura de los datos secundarios indica que se trata de un catolicismo genérico, de raíz cultural y ornamentación social, cada vez más distante de la Iglesia. Sólo un 20% de los declarados católicos acuden a la Santa Misa los domingos como mínimo y un 13% más lo hace en alguna ocasión al mes. Por el contrario un 46% no acude casi nunca, haciéndolo sólo para determinadas celebraciones. Las series estadísticas testifican cómo se está produciendo, día a día, mes a mes, año tras año, el permanente retroceso del peso de la Fe en la sociedad, reduciendo su penetración real, su peso e influencia, en la misma. Como ejemplo anotemos que los que acuden a la Santa Misa los domingos se reducen, encuesta tras encuesta, con respecto a los que van alguna vez al mes o varias al año. Pongamos estos datos en relación con el continuo crecimiento de los matrimonios civiles, que ya rondan el 40%, lo que revela la pérdida de Fe entre los jóvenes, pese a la permanencia del catolicismo que podríamos denominar de “rito y ornamento”, cuando hasta hace una década se mantenían los matrimonios no religiosos en torno al 23%. En esta línea también resulta significativo señalar el retroceso de alumnos que cursan religión en los centros educativos: está situado en un 54% entre los alumnos de Bachillerato, cursos, recordémoslo, en los que la elección está más desvinculada de las decisiones de los padres. La pérdida de peso del catolicismo entre los jóvenes resulta cada vez más alarmante.



Este marco de continuada reducción del peso del catolicismo, de secularización, de abandono muy significativo de elementos básicos de la moral cristiana, incluso entre los que se declaran católicos, es el que está permitiendo al gobierno, por la falta de resistencia social, poner en marcha un programa de laicidad cuyo objetivo es la imposición de la denominada moral laica del llamado moderno humanismo, de raíz inmanentista. Programa laicista que cuenta con la evidente tolerancia de la oposición del Partido Popular que formalmente mantiene en su ideario la inspiración cristiana, porque para éste la “cuestión religiosa” pertenece al orden de lo individual y no al orden de lo colectivo y, porque, además, existe en el Partido Popular una corriente importante dispuesta a difundir los mismos presupuestos filosóficos del gobierno, defendiendo el “humanismo secular”, tal y como se puede deducir del artículo publicado por la revista de la “Fundación para el análisis y los estudios sociales”, laboratorio de ideas del PP, que preside José María Aznar (Teresa Giménez Barbat, “Por un humanismo secular”, Cuadernos de pensamiento político nº 8, octubre-noviembre 2005). El objetivo de estas políticas, que promocionan y facilitan los procesos de secularización, es: para la izquierda, reducir el catolicismo a un mero elemento cultural, sin influencia social, salvo en cuestiones asistenciales, y con la menor presencia externa posible, erradicando la moral cristiana de la mentalidad colectiva de los españoles, lo que aseguraría su primacía política; para el centro derecha, buscar la convivencia entre un “humanismo secular” colectivo, que recoja en abstracto valores cristianos (Vida, Familia, Moral …) pero que, al mismo tiempo, mediante la legislación haga inviable su permanencia como realidad tangible en la sociedad (aborto, uniones homosexuales, modelos plurifamiliares…) pues en ningún momento se está dispuesto a eliminar dicha legislación o a variarla para aplicar una reducción progresiva de sus efectos.



Secularización, Estado, Partidos y Pastoral.



La preocupación entre una parte significativa de la Iglesia en España por el incremento acelerado del proceso de secularización de la sociedad, independientemente de la orientación laica del Estado que impulsa la Constitución de 1978, se ha hecho notoria en la última década. El Plan Pastoral elaborado por la Conferencia Episcopal en el año 2000 ya recogía la necesidad de afrontar el proceso de secularización de los católicos. Los datos estadísticos indican que si bien existía el diagnóstico no se ha conseguido ni frenar ni ralentizar esa secularización.

La Conferencia Episcopal ha abordado el problema desde el punto de vista del orden interno, de la acción pastoral, de lo que la Iglesia transmite desde los púlpitos y las catequesis y las conclusiones son, como veremos, estremecedoras. La Jerarquía eclesiástica, entre líneas, asume que ha existido y existe lo que podríamos denominar un “desviacionismo” (aunque prefieran utilizar términos más suaves como “concepciones erróneas” o “interpretaciones deficientes”) ampliamente extendido a la hora de comunicar a los fieles la doctrina; que lo que definen como la “fe de los sencillos” se ha visto conmovida en sentido negativo por la falta de claridad en la exposición y por los mensajes contradictorios que les han llegado en materia teológica y moral.

La Jerarquía es sensible pues a las críticas que, desde organizaciones seglares, desde medios católicos, han ido difundiéndose desde mediados de los años sesenta. Desde diversos medios, en este tiempo, se ha alertado, constantemente, sobre ese “desviacionismo” litúrgico, teológico y moral. Un “desviacionismo” que ha sembrado entre los fieles, sencillos o instruidos, la duda y el relativismo; porque el relativismo también anida hoy entre los católicos. La Conferencia Episcopal asume hoy lo que hace tres décadas denunciaba una minoría; lo asume cuando el problema ha adquirido una dimensión preocupante para el mantenimiento de un catolicismo de Fe frente a un catolicismo puramente cultural y cada vez menos social.



Ciertamente la secularización no es un problema propio y particular de España, es común a todo Occidente. Quizás la Conferencia Episcopal, por la propia historia reciente de España, por la situación de privilegio en que se ha desenvuelto su acción en casi toda la historia de España, no ha acertado a la hora de disociar las dos vertientes del problema, de distinguir entre la secularización, ahora laicismo radical, del Estado y la secularización de la sociedad. En estas circunstancias ha entendido que la segunda era consecuencia de la primera y que, por tanto, la vía más acertada para hacer frente al problema era mantener una serie de posiciones dentro del Estado, utilizando un poder de influencia sobre la sociedad que, aunque parezca un contrasentido, por ello mismo se ha ido reduciendo. La Conferencia Episcopal, aún hoy, no parece querer asumir una realidad objetiva: que tanto el Estado como los dos partidos mayoritarios sólo contemplan a la Iglesia de una forma instrumental, pues, por reducida que sea su capacidad de influencia, aún puede ser decisiva en un 20%-30% de los electores. Esta contemplación instrumental de la Iglesia ha hecho que en las últimas tres décadas el proceso de separación de la Iglesia y el Estado, el proceso de creación de un Estado totalmente laico, haya sido muy lento; estando en función del proceso de secularización de la propia sociedad. Las reformas legales que han roto el predominio de la moral cristiana sólo se han producido cuando la sociedad ha cambiado mayoritariamente sus reglas morales de comportamiento o, en su defecto, ha caído en el más absoluto relativismo expresado en el “yo no lo haría pero no puedo prohibirlo…” Un relativismo del que, como reconoce la propia Conferencia Episcopal, la Iglesia española no es irresponsable sino que ha contribuido, por el desviacionismo, a su desarrollo. Relativismo, y esto no lo reconoce la Conferencia Episcopal, que, en muchas ocasiones y en muchos sacerdotes, ha venido determinado por la neutralidad o la benevolencia hacia las opciones políticas.



Un ejemplo diáfano de lo expuesto, que hace fácilmente comprensible lo apuntado, es la actitud adoptada por los obispos catalanes en la 179 Conferencia Episcopal Tarraconense, celebrada después de la publicación de la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal. En ella, los obispos catalanes han acordado, implícitamente, abstenerse a la hora de dar una orientación clara a los católicos con respecto a la votación próxima del Estatuto de Cataluña. Los obispos catalanes se han pronunciado por dar libertad de voto a los fieles, manifestando sólo “preocupación” por algunos aspectos del articulado que “contradicen el espíritu del humanismo cristiano”, esos puntos se refieren al aborto libre, al matrimonio homosexual, al reconocimiento de adopción por parejas homosexuales, a la manipulación del embrión, a la eutanasia… pidiendo sólo que cuando se aplique el texto se haga “con generosidad”. Con esta decisión los obispos catalanes, continuando con la línea de actuación de la Iglesia con respecto al poder de las últimas décadas, colocan por encima de elementos fundamentales de la moral cristiana el Estatuto, esperando mantener una cierta capacidad de influencia sobre el poder.



El contrasentido, independientemente de la valoración que en función de la Fe se puede hacer, independientemente de la aplicación que se haga de la relación Iglesia-Estado desde una perspectiva católica, se da cuando, para hacer frente a la secularización, a través de la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal, se indique que: “quienes reivindican su condición de cristianos actuando en el orden político y social con propuestas que contradicen expresamente la enseñanza evangélica, custodiada y transmitida por la Iglesia, son causa grave de escándalo y se sitúan fuera de la comunión eclesial. Los fieles deben defender y apoyar aquellas formaciones o actuaciones políticos que promuevan la dignidad de la persona human y de la familia”. Hasta para el más lego en materia política, hasta para el más laxo en la interpretación conceptual, resulta evidente que el Estatuto va contra elementos clave de la Moral y la Fe católica, que su visión de la Vida o la Familia son incompatibles y que su aplicación contribuirá a incrementar un proceso de secularización que en Cataluña es más acentuado que en otras partes de España, y a ello habrá contribuido, de forma sustancia, la no-oposición disfrazada de libertad promovida por la Conferencia Episcopal Tarraconense.



Sin embargo, precisamente, la posición de la Iglesia, en el pasado y en el futuro, ante las relaciones Iglesia-Estado, ante las propuestas de las opciones políticas, ante los idearios de los partidos es un elemento, pese a su trascendencia, porque contribuyen al proceso de secularización, que la Conferencia Episcopal no ha sabido o no ha querido valorar. Y al creyente, al sencillo, le parece que se le pide una actuación y una posición en la vida pública que, después, la propia Iglesia no está dispuesta a sostener.

Si bien la Conferencia Episcopal asume la necesidad de la reevangelización, elemento capital del pensamiento de Juan Pablo II; si bien asume, implícitamente, que, pese al programa pastoral del año 2000, los resultados han sido muy pobres; si bien es capaz de entrar, parcialmente, en la crítica interna que parece ser bandera de Benedicto XVI; si bien parece dispuesta a hacer frente a la secularización interna de la Iglesia y al desviacionismo fortaleciendo la doctrina, tal y como defendían Juan Pablo II y Ratzinger; no asume, aún, la nueva posición que Benedicto XVI señala para la Iglesia en Occidente que es la de tener presente su condición de minoría olvidando las situaciones de privilegio, actuando así con mayor libertad, independencia y coherencia.



La última instrucción pastoral.




Resulta difícil de entender por qué la Conferencia Episcopal ha rotulado, a la hora de publicar su Instrucción Pastoral, con el título de “Teología y Secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II”, sobre todo cuando no aparece una exposición de motivos en ese motivo. Es evidente que, una y otra vez, como no puede ser de otro modo, la Conferencia Episcopal se apoya en el Concilio, pero no es menos cierto que, a la inversa, leyendo entre líneas, también aparece un hecho incontrovertible: que muchas de las desviaciones, tanto teológicas como litúrgicas, proceden de la interpretación de dicho Concilio. Para nadie que conozca la historia reciente de la Iglesia en España es extraña la conmoción que en los medios eclesiásticos, religiosos y seglares produjo el Concilio y sus efectos.



La Conferencia Episcopal parte de un hecho incontrovertible, el avance radical del proceso de secularización que ha extendido la propuesta de vivir como si Dios no existiera, expandiendo el “ateismo y agnosticismo pragmáticos según los cuales Dios no sería relevante para la razón, la conducta y la felicidad humanas”. Frente al mismo propugna una decidida acción pastoral que, en primer lugar, depure al discurso eclesial de las deficiencias y los errores; entendiendo que en estas deficiencias y en estos errores está la razón de la pérdida de Fe de los sencillos, elemento capital de la secularización de la sociedad.

Esta Instrucción Pastoral, aprobada en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española celebrada el treinta y uno de marzo, ha tenido una gestación de dos años, se ha debatido en las dos últimas Asambleas Plenarias y por fin ve la luz. Texto importante pero insuficiente. Importante por lo que de reforma interna puede suponer; insuficiente porque no entra en el problema de la relación de la Iglesia con la sociedad actual. Casi se podría decir que se trata de un texto encaminado a poner freno a la secularización de la Iglesia y los católicos que aún se mantienen vinculados a la misma, pero que no entra en el problema de la reevangelización de la sociedad o de la reevangelización de quienes se declaran católicos pero están alejados de la Iglesia. De hecho, la propia Conferencia Episcopal va a iniciar otros estudios en relación a la asistencia a la Santa Misa y al alejamiento progresivo y continuo de la sociedad.



Una lectura inversa.




Se ha escrito que el documento de la Conferencia Episcopal es un importante ejercicio de autocrítica. Una vez leído atentamente nadie sería capaz de negar la afirmación. Quizás lo más interesante, para tener un dictamen certero de la situación real de la Iglesia, de los factores que desde ella han contribuido al proceso de secularización, sea realizar una lectura inversa del documento.

En España se ha producido y se está produciendo un anuncio “mediocre” del Evangelio, porque se están propagando “enseñanzas que dañan la unidad e integridad de la fe, la comunión de la Iglesia” proyectando “dudas y ambigüedades con respecto a la vida cristiana”. La Iglesia está padeciendo en España una “secularización interna”, cuyo origen está en parte situado en la difusión de “propuestas teológicas deficientes relacionadas con la confesión de fe cristológica. Se trata de interpretaciones reduccionistas que no acogen el Ministerio revelado en su integridad. Los aspectos de la crisis pueden resumirse en cuatro: concepción racionalista de la fe y de la Revelación; humanismo inmanentista aplicado a Jesucristo; interpretación meramente sociológica de la Iglesia, y subjetivismo-relativismo secular en la moral católica”.



Entre las “propuestas teológicas deficientes” que se han extendido en España aparece la equiparación de la Revelación con otras religiones, mostrándolas como equivalentes o complementarias; no respetar la idea de que “vivir según la fe requiere profesar de manera completa e íntegra el mensaje de Jesucristo” rechazando la idea de selección de aspectos; la difusión de propuestas que siembran la duda y la desconfianza en el Magisterio de la Iglesia; los errores en la interpretación de la Sagrada Escritura con lecturas ajenas al sentido con que fueron escritas; explicación de la misión de Cristo reduciéndola al aspecto terreno (presentándola incluso como política-revolucionaria); presentar la muerte en la Cruz como un fracaso y no como expresión de la voluntad de morir por la salvación de los hombres; disociación del Jesús histórico del “Cristo de la fe”; negación del carácter real, histórico y trascendente de la Resurrección de Cristo, reduciéndola a la mera experiencia subjetiva de los apóstoles; errores en el Misterio de Cristo, procurando orillar su preexistencia, su filiación divina…; los errores sobre la Virgen María que socavan la dimensión mariana; separación del Cristianismo y la Iglesia. Y señala la Conferencia Episcopal cómo estas “propuestas teológicas deficientes” han pasado “de ámbitos académicos a otros más populares, a la catequesis y a la enseñanza escolar”.



Si la primera parte del documento se centra en esos errores y propuesta teológicas deficientes, la segunda parte aborda los “abusos en el campo de la celebración litúrgica, especialmente en los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. ¿Cómo no manifestar un profundo dolor cuando la disciplina de la Iglesia en materia litúrgica es vulnerada?”. Los errores que señala el documento son preocupantes porque han sembrado entre los fieles la duda en: la fe de la Iglesia en la venida del Señor en gloria al final de los tiempos, en la resurrección de la carne, en el juicio final y particular, en el Purgatorio, en la posibilidad de la condenación eterna o de la Bienaventuranza eterna. Existe, afirman los obispos, un silencio sobre estas verdades en la predicación y en la catequesis.

La tercera parte del documento aborda los desafíos en el campo moral a los que se enfrenta la evangelización. El dictamen es rotundo, los cristianos han perdido las convicciones y las certezas. En este apartado la Instrucción Pastoral lo que hace es reafirmarse en la doctrina, lo que indica que tampoco este campo está libre de las deficiencias y los errores. La Iglesia tiene que explicar a la comunidad cristiana cuál es la Norma en materia de dignidad de la vida humana, amor conyugal, sexualidad, vida (“es contrario a la enseñanza de la Iglesia sostener que hasta la anidación del óvulo fecundado no se puede hablar de vida humana, estableciendo así, una ruptura en el orden de la dignidad humana entre el embrión y el mal llamado pre-embrión”).



Cierra el documento con una llamada, en consonancia con Roma, a la participación de los católicos en la vida pública y política. Recuerda que el católico tiene que actuar en la vida pública conforme a sus convicciones, por lo que desautoriza la interpretación, usual entre los políticos que se presentan como católicos, de “arrinconar las convicciones religiosas en la conciencia individual”. Con respecto a las opciones políticas, la instrucción reconoce un cierto pluralismo de opciones, pero con unos límites: “defender y apoyar aquellas formaciones o actuaciones que promuevan la dignidad de la persona humana y de la familia. En el caso de que no se pueda eliminar una ley negativa sobre estas materias (aquí los obispos se pierden porque todas pueden ser derogadas por reforma), el fiel católico debe trabajar por minimizar los males que ocasione”. Pero el documento ignora la desorientación que han producido en el católico muchas de las orientaciones que los obispos han dado en los tiempos electorales y que han contribuido, por ejemplo, a la creencia de que el aborto pude ser lícito o ético en determinados supuestos.



Preguntas finales.




Es evidente que, para la Conferencia Episcopal, la secularización de los católicos es consecuencia, además de los factores externos, que sólo se tienen presentes muy sucintamente, con escasa definición, y que también son concurrentes, de la secularización interna de la propia Iglesia, de las deficiencias y errores en la difusión del mensaje. A ello ha contribuido el apoyo que han encontrado en “miembros de Centros académicos de la Iglesia, y en algunas editoriales y librerías gestionadas por Instituciones católicas”.

Todo ello, deficiencias teológicas, propuestas teológicas equivocadas, errores, abusos litúrgicos, omisión de temas, desorientación moral, ha zarandeado las creencias de padres, educadores y catequistas que son quienes cierran la cadena de transmisión del mensaje evangélico. Y el fracaso de la educación religiosa entre los jóvenes, de las catequesis no puede ser más evidente cuando un porcentaje altísimo de esa juventud acaba abandonando la Iglesia.

Ahora bien, si el dictamen no puede ser más rotundo, si tenemos presente que esta situación ha sido denunciada reiteradamente en las últimas décadas, la pregunta es ¿por qué se ha esperado tanto para iniciar la corrección del camino?; y, sobre todo, ¿estaremos a tiempo de invertir el camino siendo la Iglesia española y la Conferencia Episcopal coherentes con su dictamen y no agravando la desorientación de los católicos o todo volverá a quedar subordinado, en los instantes cruciales, a la relación política establecida con el Estado y los partidos?

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