Extremadura, España - Cuando una persona abre su vida a la religión encuentra un nuevo sentido y la luz del evangelio viene a traer orden a su existencia. Vivimos en una sociedad enferma, la libertad de la que gozamos no nos hace más felices». Así define Francisco Carrasco Paz, de 44 años y secretario ejecutivo del Consejo Evangélico de Extremadura, su forma de entrar en contacto con «el Dios real y desnudo».El movimiento protestante -o evangélico, como ellos prefieren llamarlo- está en pleno crecimiento. Mientras que la Iglesia católica vive actualmente una extinción de fe, los fieles adeptos a esta opción del cristianismo se multiplican. ¿La causa principal? La llegada de la población inmigrante. En los últimos cinco años los evangélicos extremeños han aumentado considerablemente gracias a los seguidores procedentes, principalmente, de los países latinoamericanos. «Nosotros le ofrecemos integración, alojamiento, comida, asesoría en documentación y búsqueda de trabajo y ellos nos dan experiencia y dinamismo, puesto que ya han entrado en contacto con este tipo de iglesia», explica Carrasco Paz. Hace tres décadas en la región había unas diez Iglesias evangélicas y apenas 200 creyentes. Actualmente, la comunidad cuenta con unos 4.000 fieles -de los que un millar son inmigrantes- y 50 lugares de culto. En esa cifra total se integran los miembros de la Iglesia de San Juan Bautista y los de la Iglesia de Filadelfia, compuesta en su gran mayoría por población gitana. Ambas representan al movimiento a partes iguales. El profesor de Antropología Social de la Universidad de Extremadura (UEx) Domingo Barbolla -que imparte clases en el campus de Cáceres- apunta que, además del fenómeno de la inmigración, la democracia también ha motivado la diversidad religiosa. «La dictadura perseguía todo aquello que no fuera católico. No ir a misa el domingo suponía una ofensa al régimen», cuenta. «Hoy día conviven más de 130 nacionalidades distintas en nuestra comunidad, es normal que haya varias opciones». A nivel nacional, los datos aportados por la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (Ferede) atestiguan la evolución: hace un siglo había unos 4.000 evangélicos, en 1932, con la República, fueron 22.000 y en el franquismo disminuyeron a 7.000. Ahora suman 400.000 adeptos, más otro millón de fieles procedentes de la comunidad inmigrante. El representante del Consejo Evangélico en la región -órgano que se integra en la Ferede- dice que mientras que la Iglesia católica está estancada, ellos han sabido adaptarse a una nueva realidad. «La gente que viene de otros países trae consigo innumerables problemas y encuentran en nosotros un consuelo, un lugar donde sentirse arropados». Argumenta que una de la principales diferencias con los católicos es la jerarquía establecida. «En nuestra iglesia no existe esa separación de 'nosotros somos el clero y los que estamos en contacto con Dios y vosotros sois los pobres perdidos'. Aquí nosotros también formamos parte de los perdidos», manifiesta. «Además, yo soy pastor pero estoy casado, tengo hijos y trabajo en la Junta». Adolfo Jiménez, portavoz de la Iglesia de Filadelfia en Extremadura, apunta a que el éxito de su opción religiosa es la defensa de que «para Dios no existen pueblos ni razas, sólo personas. Es la sociedad quien hace la división». Esta iglesia lleva casi 40 años celebrando culto en la región. «Cada tarde, a las ocho, tenemos nuestra cita». Domingo Barbolla indica que es precisamente la distinción de razas la que ha hecho que la etnia gitana no se integre en la Iglesia católica. La diferenciación racial salpica también al ámbito religioso. «Pasa lo mismo con otros sectores marginales en los que sí actúa la Iglesia evangélica. Nosotros solemos tratar con personas de nivel medio-bajo», apostilla Francisco Carrasco. Por eso, continúa, «el mensaje que lanzamos es más auténtico». La Biblia es la ley de los evangélicos. «Lo quitamos todo y dejamos sólo la Biblia. Yo represento a un órgano federativo, pero la única función que tiene es la de cohesión, cada iglesia es independiente», afirma Carrasco. Fue leyendo la Biblia, con 14 años, cuando este evangélico dijo sí a Jesús en su vida. «Fue una experiencia vital que me cambió para siempre. Tuve una relación personal y directa con Dios. Después me enteré que por sentir esto nos llamaban evangélicos». Estos fieles se quejan de la discriminación que aún hoy sufren. «Parece que los protestantes son los de fuera y no tienen cabida. España es por tradición católica y todo lo demás son sectas. Que nos llamen así duele porque si nosotros 'pescamos' a los adeptos de mayores, ellos lo hacen en la cuna». Carrasco defiende que su Iglesia tiene dos actividades que se desarrollan a la vez: la celebración del culto religioso y la labor social. «Tenemos misioneros por el mundo, pero no son conocidos». En este sentido, el representante de la Iglesia de Filadelfia resalta la labor que llevan a cabo en los centros de rehabilitación, donde se ayuda a los pacientes a salir de las drogas. Repartidos por toda la región, los evangélicos se han hecho un hueco en Extremadura y anuncian que irán a más. Defienden una religión más «cercana a las personas» y creen que es suficiente para seguir ganando fieles. Sin embargo, y a modo de resumen, el profesor de Antropología Social de la UEx rompe con esta visión y parece que lo tiene claro: «la causa del crecimiento en la comunidad es el simple movimiento de personas. Es muy difícil que alguien cambie de religión. No es que ahora haya en el mundo más evangélicos, sino que se reparten de manera diferente». |
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