En la Biblia, los profetas nunca anduvieron con rodeos. Su oficio era decir la verdad. En vez de altos cargos, muchos fueron martirizados. Quizás la figura cumbre de este modelo de cumplir su labor profética fue Juan El Bautista.
El precursor mesiánico es un personaje que me asombra. Su discurso no era “políticamente correcto”. Resultaba demasiado áspero para los oídos finos de la lisonja, pero la verdad debe ser así a fin de abrirse paso en medio de las más elegantes mentiras. Y uno, por lo general, es impresionado por las encantadores falsedades, mientras, casi es una tendencia humana, detestamos a los que practican la “manía” de decir decir la “horrorosa” verdad.
Si Cristo dijo que “la verdad os hará libre”, es porque, entre otras lecturas, la farsa es una atadura de la más inmoral que puede maneatar a alguien. Conocer la Verdad significa entrar a la Libertad.
Jesús vino a un mundo que se deleita en las apariencias y por eso los doctores de la ley y el Sumo Sacerdote (hoy como ayer) se manifestaban en los lugares principales.
Juan El Bautista era un “rústico” hombre que prefería los desiertos a las comodidades de los salones y palacios; sus vestiduras eran de pelo de camello y consumía un menú que Luis Palau nunca pediría al chief en los hoteles 5 Estrellas donde él gusta hospedarse: miel y chapulines.
Notando la calidad de mucha gente de su época, para algunos Juan podría haber hecho gala de ser “extremista y mal educado” abrir dos frentes de lucha: primero llamó a la alta jerarquía eclesiástica de su siglo “generación de víboras”. Segundo, se enfrentó al poder político de su tiempo con su voz ardiente de juicio, señalando la mediocridad moral de Herodes y de su amante, la todapoderosa cuñada del mismo rey.
Las Escrituras afirman que además de echarle en cara la inmoralidad del Tetrarca metido con la cuñada, Juan la había reprendido por todas las maldades que había hecho. Y a pesar de tantas perversidades, el amante de Herodías no se conformó con el tamaño de su tiranía sino que añadió otra: la encarcelación y decapitamiento del profeta.
La figura de Juan El Bautista es cimera en la praxis cristiana. De hecho, Jesús dijo que entre los hijos de mujer, no había existido otro más grande que él. Las conveniencias del matrimonio religioso con los poderes temporales han querido disminuir a semejante profeta. Porque es incómodo, intolerante frente al abuso. Denunció el robo y el exceso de los funcionarios. ¿No se ha fijado que casi nadie lo invita a los sermones? De ello resulta una complacencia con los que gobiernan y con la clase privilegiada: los fariseos siguen colando el mosquito y tragándose el camello.
Dios no pudo escoger a ningún otro hombre mejor que el hijo de Zacarías para anunciar al mundo la presencia de Jesús, precisamente ubicándolo en el final de una era y principio de la actual. ¿Qué nos dice Dios con esto? Juan no cedió. Mantuvo su verbo en medio de una generación dispuesta a aplaudir los yerros de los autócratas, tanto religioso como civiles, personales como políticos.
Los cristianos evangélicos que en determinado momento han organizado un partido, parecen preferir una bandera donde el ejemplo de Juan nunca va a ser izado. Es difícil que una organización evangélica nicaragüense, como las de esta época, hubiesen aceptado en sus filas al Bautista.
Veo por ejemplo Alianzas Evangélicas que van con todo contra una pobre mujer o niña, para obligarlas a tener un hijo en situaciones extremas, a riesgo de sus valiosas vidas. Y aplauden, por otro lado, la cercanía con los Herodes de este Siglo. Los invitan y se complacen ofreciéndole los lugares principales en las mesas y hasta cultos, sin el menor sonrojo. Por eso pregunto: ¿quién es mejor, el católico o agnóstico tantas veces atacado de inconverso, impío, etc., o el líder evangélico de una Alianza o Consejo que se siente reconfortado con estar a la par de un poderoso corrupto?
El teólogo peruano Samuel Escobar, catedrático emérito de Misionología en el Seminario Teologico de los Bautista del Este, en Pensilvania, dijo: “Hasta hace poco tiempo los evangélicos se preciaban de ofrecer una alternativa religiosa y moral a nuestros pueblos, pero la mala incursión de los evangélicos en la política en países como Guatemala, Brasil o Perú, ha mostrado que desde el punto de vista de la ética, los evangélicos no son necesariamente mejores que los católicos“.
A pesar de estos tristes ejemplos, ver el Evangelio y juzgarlo a través de los falsos profetas, es una salida fácil. Juan es un paradigma del modelo de profeta verdadero, que “mengua” no frente Herodes sino sólo ante Jesús para que El crezca en su corazón.
Cristo es el único capaz de salvarnos, liberarnos y transformarnos. Yo así lo creo. Muchas existencias, al margen de las teologías, ya no fueron las mismas tras reconocerlo a El como el único Salvador. Por eso, la vida real, por sencilla que fuere, habla mejor y es más rica que la más elaborada encíclica de Roma o el sermón del líder evangélico que abraza a la opulenta oveja para descarriarse con ella.
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