El texto sobre libertad religiosa es, junto con la Constitución sobre la Iglesia en el mundo, el documento del Concilio Vaticano II que trata de la relación de la Iglesia con la sociedad actual. Fue un texto muy polémico que la minoría tradicional intentó parar, pero la decisión del Papa Pablo VI lo evitó y, tras diversas modificaciones, fue aprobado con tan sólo 70 votos en contra. La postura finalmente recogida parte de la dignidad humana, de la libertad responsable de cada uno y la limitación del poder público en lo concerniente a la religión. La obligación de cada individuo de adherirse a la verdad se garantiza con la carencia de coacción en la sociedad. Se afirma la obligación de que cada persona ha de seguir los dictados de su conciencia y el derecho de la educación de los hijos según las convicciones de sus padres. También se reconoce el derecho de las comunidades religiosas a predicar, desarrollarse y vivir su fe, siempre que no violen las exigencias del orden público y no coaccionen a los demás.
El impacto del Concilio fue muy fuerte en España y rechazado por parte del Gobierno de Franco y sectores católicos muy conservadores. Tras la dictadura se buscaron fórmulas para que el hecho religioso no dividiese de nuevo a la sociedad. Esto quedó recogido en la Constitución que dictamina la separación entre el Estado y la Iglesia, en ella se afirma la no discriminació
Como decíamos al comienzo, en la actualidad han crecido las tensiones cuando el gobierno socialista ha promulgado leyes controvertidas a nivel social y que han sido duramente criticadas por la jerarquía eclesiástica. Así, el hecho religioso se ha convertido, a veces, en factor de crispación. Cualquier cambio no coincidente con la moral y creencias católicas se interpreta como una afrenta a la doctrina de la Iglesia; leyes que reconocen derechos para algunos sectores sociales y que por lo tanto no son coercitivas (no obligan a nadie) son frontalmente rechazadas minusvalorando los aspectos positivos que puedan tener y olvidando que el gobierno ha de gobernar para católicos y no católicos. Los cristianos tenemos en la sociedad una misión de anuncio y denuncia; misión que debemos ejercer como clarificación y oferta respetuosa con la pluralidad en un Estado no confesional. Asimismo los dirigentes eclesiales deben tener presentes las distintas sensibilidades que se dan en el seno de la Iglesia; pluralidad que no rompe la unidad que se sustenta en la fe en Jesucristo, en el Evangelio («En la Iglesia me quito el sombrero pero no la cabeza» Thomas Merton). De esta forma la Iglesia ganaría respeto y fuerza moral, incluso ante ciudadanos no católicos.
En la transición democrática se fue conformando una Iglesia plural, cuyos miembros votaban y militaban en distintos partidos, pluralidad que fue respetada por los obispos y sacerdotes. Hoy ésto se está perdiendo por la identificació
Por otro lado hay que huir del laicismo antirreligioso hoy minoritario, valorando desde la laicidad el hecho religioso en todas sus dimensiones. Todavía pervive una minoría trasnochada que manifiesta una animosidad religiosa y eclesial. Conviene recordar que las tradiciones religiosas, aún reconociendo errores históricos, han sido transmisoras de determinados contenidos morales y valores humanos sin los cuales no se puede entender la historia de Occidente. Es legítimo que el gobierno impulse las leyes que tenga previstas, aunque no gusten a la jerarquía eclesiástica, evitando siempre la tentación de hacerlo por un laicismo antirreligioso que contradiga la neutralidad que establece la Constitución. En este punto pensamos que así se está haciendo: no percibimos en la acción de gobierno ese laicismo radical que denuncian algunos obispos y sectores eclesiales. El principal enemigo de esta sociedad, para creyentes y no creyentes, el dios mercado que tantas injusticias y sufrimientos producen, materializa a la persona, la esclaviza al consumo, genera injusticias y asfixia el desarrollo de valores solidarios y espirituales.
La religión puede hacer decisivas aportaciones a una sociedad secularizada siempre que asuma la laicidad como un bien y así ofrecer su potencial humano en el marco de una sociedad democrática. En la sociedad y en la Iglesia tenemos que asumir la pluralidad de posiciones y pronunciamientos y aceptar las críticas que se han de hacer con ánimo constructivo. La dignidad de la persona y los derechos humanos pueden ser un punto de encuentro en esta sociedad laica y plural. «El proyecto laico no es antirreligioso. Su fin es fortalecer una ciudadanía moral y socialmente activa y a ello pueden contribuir las religiones y las iglesias» (Rafael Díaz Salazar; sociólogo).
Emilio J. Soriano Hernández es profesor y escribe en representació
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