Navidad sin ausentes
Por Germán Vargas Farías
Manuel Meneses Sotacuro tenía 17 años de edad y era el mayor de nueve hermanos. Líder de la juventud evangélica de su comunidad, en Huancavelica, anhelaba servir a Dios y a su pueblo, y se preparaba para ser pastor. Como carecía de los medios para hacerlo de otra forma y ésta era gratuita, estudiaba por correspondencia.
Un día, mientras esperaba que abrieran la librería cristiana donde solía recoger sus lecciones, Manuel y otro joven, Félix Inga Cuya, que esperaba como él, fueron detenidos dado que un vecino de la urbanización donde se encontraba el establecimiento alertó a la policía pues el aspecto pobre y andino de los jóvenes le hizo sospechar que se trataba de terroristas.
Esto sucedió en Huancayo, el 20 de mayo de 1991. Ese mismo día, a las 5:00 p.m., una camioneta, seguida de un vehículo patrullero llegó a la casa donde se alojaba Manuel, y descendieron de ella varios hombres uniformados que calzaban botas, vestían chompas negras y tenían el rostro cubierto por pasamontañas. Llevaban con ellos a Manuel, quien mostraba signos evidentes de tortura. Luego de registrar la habitación, sin encontrar nada de lo que buscaban se marcharon tal como habían llegado.
Francisco Meneses Taype era el padre de Manuel. Era un pastor laico muy estimado en su pueblo que vivía honradamente con su esposa y nueve hijos. Francisco era un hombre bueno que en medio de sus carencias compartía su fe y bonhomía.
Cuando Francisco se enteró de la detención de Manuel salió a buscarlo. Recorrió comisarías y bases militares en varias regiones, pasó meses enteros, más de un año, yendo de un sitio a otro indagando por el mayor de sus hijos. Tocó todas las puertas, fiscalía, poder judicial, congreso de la república, todas, y no obtuvo respuesta. A Manuel lo habían desaparecido.
La historia de Manuel es parecida a la de miles de personas en nuestro país, pero la que conocí directamente, me conmovió y marcó profundamente fue la historia de Francisco, que es también la historia de miles de padres y familiares de desaparecidos en el Perú.
Francisco tenía nueve hijos y nunca se resignó a perder uno de ellos. Su esperanza se mantuvo siempre pero no sus fuerzas. Él, un hombre sano y robusto, fue debilitándose por el dolor y la indiferencia. Francisco murió de tristeza.
La historia de Francisco no es la historia de una derrota. No fracasa quien enseña a luchar a sus hijos y alimenta la fe de su comunidad. No puede fracasar quien expresa hasta la muerte el cabal sentido de las bienaventuranzas, sí, de aquél texto hermoso que nos informa como debemos comportarnos los cristianos para ser dignos de Dios.
Hoy que celebramos la Navidad, en tiempos que asesinos y cobardes pretenden olvidar historias como las de Manuel y Francisco, recordémoslos. Que en Huancavelica, Ayacucho, Huancayo, Lima, y en cada lugar de nuestro país donde haya una familia que evoca la memoria del ser querido involuntariamente ausente, se sepa que nació Jesús y que Él nos redimirá. Lo hará con Manuel y Francisco. Lo hará con los hijos de cada mamá de Anfasep. Entonces, ya no habrá ausentes, ni desaparecidos, en Navidad.
En esa esperanza puedo decir, "Gloria a Dios en las Alturas y Paz a los hombres de buena voluntad."
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